Esta mañana comencé a exponer algo muy copado, pero no se guardó el archivo del Word. Intenté recuperarlo, pero no lo logré. Asique intentando escribir nuevamente sobre un tema del que poco se habla, pero tengo que confesar que es agotador y me llena de hartazgo, pero para que termine mi malestar necesito plasmarlo. Y aquí voy.
Incorporé la palabra dieta a mi vida, desde que soy adolescente. Tengo mambos con mi cuerpo y el peso desde los doce años. Siempre me sentí y me hicieron sentir “gorda”
El bombardeo con lo externo, estético y superfluo con el que crecemos las mujeres es inmedible. Hay una violencia simbólica y aceptada desde que somos niñas.
Desde las telenovelas para adolescentes, publicidades, discursos familiares, sociales y culturales, hasta la Barbie que nos regalan para Navidad. El modelo de mujer perfecta, madre ideal o joven exitosa, haciendo énfasis es su maravilloso y súper cuerpo, protagoniza la novela del prime time en la tele, que termina siendo correspondida por el Galán millonario del momento.
Olvidate de ver una actriz que protagonice este tipo de novelas, que tenga un cuerpo real, y me refiero a la celulitis, estrías y algún rollo colgando. ¿Por qué no sucede eso? Cierto, porque no vende. Igual esto no es culpa del pobre Suar, la cosa viene desde Hollywood.
En distintas etapas de mi vida tuve conflictos con la alimentación. Gracias a una madre que competía y se comparaba contantemente conmigo y un padre ausente, encontré en la comida mejor compañía y destrucción.
De hacer dietas extremas, a comer desaforadamente para luego vomitar, porque nunca estaba conforme con mi cuerpo. Ese cuerpo que me habita, me acompaña, pero no acepto ni quiero.
Esa obsesión que tenemos los seres humanos por encajar y ser parte de un estereotipo que nos promete status y aceptación social.
¿Pero qué pasa con lo que sentimos? ¿Qué sucede con lo que realmente somos?
A medida que fui creciendo, entendí que mi valor no está en cómo me vean los demás o como luzca de mi exterior, sino en mi interior. Pero del dicho al hecho hay un gran estrecho.
Antes, era la tele, ahora las redes sociales. Miles de adolescentes queriendo tener la vida y el éxito de un influencer, porque eso es lo que debemos ser para pertenecer.
Por momentos me fui amigando con esa idea de valoración interna, pero por otros me persigue y me invade el fantasma del cuerpo ideal.
Un encuentro con Dios llenó y sanó muchos vacíos de mi alma. Pero cada vez que engordo, esa sensación quiere volver a apoderarse de mí.
Muchas veces, buscamos excusas para no tener demasiadas reuniones sociales, no sacarnos muchas fotos y asistir a lugares públicos. Escondemos el cuerpo tras ropa suelta y colores que no llamen demasiado la atención.
Decimos ser libres, pero en realidad no lo somos.
Una de las cosas que más me preocupaba era volver al trabajo, después de una larga cuarentena, todos iban a notar cuanto engordé. Ocho kilos de más como lorito barranquero resonando en mi cabeza.
Lo único de lo que hablan mis amigas en los grupos de WhatsApp, es de cuento engordaron y porque no quieren ir a una pileta este verano. Hablo del tema de manera superada, diciendo que me importa una mierda cuanto haya engordado, pero mentira; por dentro me angustio cuando veo una foto donde pesaba seis kilos menos, me duele y me entristece que no me entre el short que el año pasado me quedaba pintado. Me enoja que solo pueda usar vestidos porque no quiero gastar tres lucas en un short que después me va a quedar grande. Obvio, porque pienso hacer dieta para adelgazar.
En lo que va del verano, use el 10% de mi placard, me frustra mucho no poder usar el resto. Es el tercer mes que empieza y hago la cuenta de cuanto tiempo me queda para hacer dieta y al menos bajar unos kilos antes que terminé el verano y así poder usar esa ropa que todavía no usé.
¿A quién quiero engañar? Nos decimos libres, conquistadoras de derechos, pero las mujeres somos las que más competimos y comparamos nuestros cuerpos con los de otras; aun con el cuerpo que fuimos en el pasado.
Todos los días lucho con este sentimiento de mierda, ese cáncer que nos implantaron.
¿Por qué no somos capaces de vernos más allá de un cuerpo? ¿Por qué es tan importante lo exterior y nos olvidamos de quienes somos realmente? ¿Qué lo que sucede en nuestro interior es lo que realmente nos constituye como sujetos?
¿Acaso amamos solo con el cuerpo? ¿Soñamos solo con el cuerpo dormido? ¿Creamos solo con las manos y el cerebro? ¿Bailamos solo con los pies? ¿Cantamos solo con la voz?
Somos más que un cuerpo con quilos de más o de menos. Me lo voy a repetir todas las veces que sea necesario.
En una cultura esclava de lo estético, buscamos cambios externos sin enfocarnos en lo interno. Poca es la gente que comienza un gimnasio porque quiere sentirse bien, la mayoría paga para verse mejor.
Ya sé de donde vienen los conflictos con la comida, no hace falta que me analices. Solo necesito poner en palabras, lo que me sucede en medio del proceso de sanación y reconciliación con mi pasado.
Cuando elija tener una relación sana con la comida, quiero que se desde mi bienestar interior y no en foco solo con el exterior.
El malestar con el cuerpo para muchos, es constante. ¿Pero, de donde viene realmente?
Muchos dicen que es con la relación materna, otros desde que habitamos el vientre materno, otros desde la lactancia. Yo, lo estoy descubriendo. Recomiendo que lo hagas también.
Entre todos construimos y aceptamos un ideal estético mortífero. Nadie lo cuestiona. Sin chistar aceptamos esto y nos embarcamos en dietas extremas o eternas. Eso afirma Mónica Kantz, en su libro: Más que un cuerpo. Cuánta razón tiene y que luz le trajo a mi vida. Hay un ideal estético enfermo y obsesivo. Pero saber que existe no nos hace verdaderamente libres. Hay que hablarlo, discutirlo, enfrentarlo y expulsarlo cada día de nuestras vidas.
Buscamos encajar en un envase promedio para no quedar afuera y no sentirnos rechazados, en una cultura prisionera de lo exterior.
Ojo que este mundo digital disfrazado de “libertad de expresión”, cargado de hiperconectividad, nos está llevando a estar más conectados con lo externo, que con lo interno. Cuando realidad lo que más hay que cuidar, valorar y escuchar, es lo que sucede en nuestro interior. Pensamientos, emociones y sensaciones.
La decisión final está en nosotros. ¿Me dejo seguir encarcelando o voy por el camino estrecho de la libertad?
Soy más que ocho kilos de mas
Soy más que un lindo short que me pare la cola y luzca las piernas
Soy más que una linda sonrisa
Soy más que mi celulitis
Soy más que la foto de perfil con filtro donde me veo casi perfecta
Nos recordaran por la huella que dejamos con nuestras vivencias, acciones, y lenguaje; por la verdadera esencia de nuestro ser y no por el cuerpo que tuvimos.